Todos mis bolsos y mochilas son negros, azules o verdes. Hay algunos de verano con otros colores, pero por eso son de verano y no cuentan. Y hay uno marrón que es muy especial. Algún día contaré su historia.
He de decir que nunca me gustó llevar bolso, de ningún tipo. La vida te va obligando a hacer o utilizar cosas que nunca pensaste que necesitarías llevar, de forma voluntaria o por imposición de trabajo.
Y ahí me vi yo, con bolso y maletín de documentos, con bolso y merendola, con mochila cuando llevaba un libro grande para leer en el tren de camino y vuelta del trabajo. Ahora, es inevitable llevar bolsos debido al tamaño de móvil, al gel hidroalcohólico, botellín de agua, los pañuelos, algo para picar sin gluten por si tomo un té y no me pueden ofrecer nada en la cafetería, y mil cosas que hace años no necesitaba y se han ido haciendo imprescindibles.
Pues eso, que vi el otro y este estaba a su lado. Lo miré durante unos minutos. Lo llevé bajo la luz para comprobar el color. Seguía sin ser mi favorito, pero sí que pensé podría combinar con todo.
Tamaño adecuado para mi gusto. Bolso de mano y con posibilidad de colgar. Un color que va bien con todos mis plumis y, en primavera, con la cazadora vaquera, en resumen, un bolso atemporal y a mitad de precio, lo que quiere decir que por el precio del que iba a regalar, he llevado dos.
Pues ya está en mi armario guardado en su bonita bolsa protectora. Es lo que tienen algunas marcas, que quieren marcar la diferencia y te ofrecen cosas extra que otras no tienen.
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